jueves, 1 de marzo de 2012

Dexter: un querido asesino de serie


La venganza es el camino único que lleva al perdón, primero, y después al olvido.
El querido Borges pensaba lo contrario porque su cerebro no era el de un severo y mortífero ajustador de cuentas, sino el de un pacifista. La ordenada y fría organización mental de su creador, el novelista estadunidense Jeff Lindsay, le confiere a Dexter la capacidad de vengar agravios ajenos para equilibrar, en la medida de sus habilidades asesinas, el bien con el mal que campea por su mundo y que no es más que un fiel reflejo del nuestro.
Dexter Morgan, llevado a la televisión con la espléndida forma de interpretarlo de Michael C. Hall, es un homicida que hace justicia por mano propia auxiliándose de sus conocimientos como analista forense especializado en rastros sanguíneos más su pertenencia a la policía de Miami (cuerpo legal contra quien no pocas veces compite y al que frecuentemente gana la partida al atrapar, antes que sus compañeros, detectives especializados, a quienes son responsables y se han ganado a pulso, palmo a palmo, el castigo final).
Y aunque Dexter sea un homicida, es entrañable. Lograr un personaje así es en realidad muy complejo porque el asesinato nos repele de manera natural. Por una parte, en efecto, está el factor indispensable de que sus actos criminales son en contra de probados culpables, cierto, pero hay junto con esa conducta un elemento extra que hace ver a Dexter como un humano más: a diferencia de cualquier otro asesino en serie, no mata con crueldad, sólo ejecuta, no tortura. Su ejecución, lo sabemos, consiste en mostrar imágenes de las víctimas a quienes cometieron el delito, vamos, a quienes las victimizaron, y luego procede, con enorme habilidad, todo hay que decirlo, a quitar de en medio a una persona indeseable mediante un certero golpe de cuchillo.
Así que el querido personaje no es moralmente reprensible. Y haber conseguido tal pirueta sociológica debió implicarle a Jeff Lindsay toda una construcción previa que ahora podemos desglosar, desde luego en sus novelas (afortunadamente casi todas en castellano) y también en la serie televisiva que se basa en ellas.
Otro factor que humaniza y hace más empático al buen homicida es que tiene una compleja vida familiar y laboral, en la que participa de manera activa y enérgica, existencia que le impide ser un vigilante solitario, neurótico, encerrado en sí mismo, como suelen ser los muchos de los asesinos que aplican la justicia de forma paralela a la ley. Una vida, las del personaje, que incluye al recuerdo de Harry, su padre, ya fallecido, cuya impronta resulta de tal fuerza que Dexter es capaz de verlo y escuchar sus opiniones para reforzar el método de supervivencia que le enseñara en cuanto se dio cuenta que el retoño traía en la sangre un “oscuro pasajero”, un ser con enorme inteligencia y quien desde la infancia requería de un método para crecer no sólo como varón, sino como vigilante sin ser atrapado. El hombre se enamora, padece, es padre, vuelve a padecer, es hermano, y para variar, padece. No es un mártir, desde luego, es un “ecualizador”, un “igualador” entre la maldad y la vida de todos los días que se quiere, al menos, tranquila.
Asesino en serie al fin, tan sólo conserva, en una pequeña muestra de sangre, a manera de trofeo, el registro irrepetible de cada vida cobrada: el ADN, lo más complejo, lo más personal e intransferible de cada uno, como la muerte misma. Nada de objetos que se vuelvan fetiche, nada de revivir ni la cacería (que implica desde la indagatoria sobre el sospechoso que resulta culpable), ni el muy considerable trabajo que va cerrando las historias y que incluye la desaparición de los cuerpos. No hay enfermedad en Dexter Morgan. Casi podemos decir que no hay malicia, sino que simple y llanamente su conducta lo impele a cumplir con un deber interno, intransferible (aunque de forma eventual comparta sin desearlo del todo sus habilidades).
En la novela Dexter, el oscuro pasajero, la primera en que aparece, encontramos el momento exacto en que nace el cobrador de afrentas, el multihomicida que con su quehacer resarce honras, palia dolores y restaña heridas: “… sentí cómo el Oscuro Pasajero dirigía mis actos por vez primera. Dexter quedaba en segundo plano, casi invisible, reducido a las coloreadas rayas de un tigre salvaje y transparente. Me fundí en él, casi imperceptible a la vista, pero yo estaba allí, y empecé la caza, empecé a trazar círculos en el aire en busca de mi presa. En aquel tremendo fogonazo de libertad, cuando me dirigía a hacerlo por vez primera, autorizado por Harry todopoderoso, me desvanecí, me difuminé, dando paso a mi propio y oscuro yo, mientras que el otro yo se agachaba y aullaba. Lo haría, por fin. Por fin haría aquello para lo que había sido creado. Y lo hice.”
Por su parte, en la serie televisiva (cuya séptima temporada ya se espera), el personaje se define a sí mismo justo antes de una ejecución: “Yo soy el padre, el hijo y... un asesino en serie”. Un querido asesino en serie.

César Güemes

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